El chavismo incrementa los ataques contra los líderes opositores y sigue sin aportar las actas

Ciudadanos alzan el puño al pasar Edmundo González y María Corina Machado, en la marcha multitudinaria de la oposición.

El chavismo no cede tres días después de proclamar ganador de las elecciones presidenciales a Nicolás Maduro en un proceso electoral bajo sospecha y ha dado un paso más en su desafío a la comunidad internacional al amenazar con detener y encarcelar a Edmundo González Urrutia y María Corina Machado, los líderes de la oposición. La represión se ha trasladado a las calles, donde las autoridades han detenido a decenas de opositores y han cargado contra los miles de manifestantes que protestan por todo el país. La presión sobre el Gobierno de Maduro es máxima. Estados Unidos y líderes de izquierdas de mucho peso como Lula da Silva, Claudia Sheinbaum, Gabriel Boric y Gustavo Petro le reclaman que muestre las actas y así despeje cualquier atisbo de duda. Maduro, rodeado de los bustos de Hugo Chávez y las pinturas de Simón Bolívar que decoran el Palacio de Miraflores, su residencia, no se da por enterado.

La petición de cárcel para Machado y Edmundo hecha por Jorge Rodríguez, el principal operador político de Maduro, ha generado una gran preocupación. En caso de ejecutarse, el conflicto escalaría a una nueva dimensión. El inquilino de la Casa Blanca hasta enero de 2025, a través de la portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de EE UU (CSN), ha dicho que hay claros indicios de que el resultado anunciado por el CNE, la autoridad electoral venezolana, “no refleja la voluntad del pueblo expresada en las urnas”. Después, Kamala Harris, la vicepresidenta y posible candidata demócrata, se refirió directamente a las amenazas contra los antichavistas: “La violencia, el acoso y las amenazas contra manifestantes pacíficos y actores políticos son inaceptables”. Brian A. Nichols, responsable del Departamento de Estado para América Latina, se ha sumado a esas exigencias: “Rechazamos los llamados de Maduro y su círculo íntimo para que se arresten a los líderes de la oposición venezolana Edmundo González y María Corina Machado”.

El Centro Carter desplegó una misión de observación el día de la votación. Contó con 17 observadores, 11 en Caracas y seis repartidos en otras tres ciudades. El lunes, en plena efervescencia por las denuncias de fraude, emitió un comunicado en el que reclamaba transparencia al CNE para poder verificar el resultado. Un día después, canceló la declaración preliminar que acostumbra a ofrecer como previa al informe final, que se publica dos meses más tarde, y horas después sus miembros abandonaron el país. Más tarde emitió un comunicado que desacredita el proceso electoral: “La elección presidencial de Venezuela de 2024 no se adecuó a parámetros y estándares internacionales de integridad electoral y no puede ser considerada como democrática”. “El hecho que la autoridad electoral no haya anunciado resultados desglosados por mesa electoral constituye una grave violación de los principios electorales”, se puede leer en la declaración.

El pulso se ha trasladado a la calle. Las protestas se han propagado por todo el país y el chavismo las ha reprimido con la policía y seguidores motorizados expertos en reventar concentraciones y atemorizar a la población, los conocidos como colectivos. La fiscalía asegura que hay más de 700 detenidos y Foro Penal, una organización que centraliza denuncias de violaciones a los derechos humanos, cifra en once los muertos. A su vez, Machado ha hecho una demostración de fuerza al convocar a miles de seguidores en Caracas, que han mostrado su apoyo sin ningún incidente. Maduro había llamado a los suyos a contrarrestarla con otra concentración, pero no ha surtido efecto y apenas se han congregado unas decenas de personas frente al Palacio de Miraflores. Los dirigentes chavistas son conscientes de que necesitan movilizar a seguidores del interior del país que todavía creen en la revolución bolivariana que inició Hugo Chávez en los años 90.

Nada de lo que ocurre ha agarrado por sorpresa a los opositores, que después de muchos errores cometidos en el pasado que ayudaron a mantener al chavismo en el poder, han logrado organizarse esta vez de una forma muy efectiva. Primero, uniéndose alrededor de Machado, una política con arrastre de masas entre todos los sectores del país. Después, preparando para una campaña en la que no contaban con los recursos del oficialismo y tenían que sortear toda clase de impedimentos. El día de la votación distribuyeron a afines por todos los centros electorales y les pidieron que salvaguardaran el mayor número de actas posibles para demostrar el fraude que esperaban. De hecho, según fuentes internas, habían previsto este escenario, el de que el chavismo ocultase las actas. La información ha sido recopilada y subida a redes. La táctica ha consistido en demostrar la alteración de los resultados sin excusas a las que puedan agarrarse Maduro y su círculo de confianza.

El chavismo pretendía legitimar su Gobierno en esta elección. De acuerdo a un dirigente del PSUV, el partido oficialista, la victoria se daba por hecha después de la inhabilitación de Machado. Pensaban que la oposición no tendría la oportunidad de encontrar un sustituto de garantías que consiguiera movilizar a los votantes. Los sondeos que comenzaron a recibir semanas después de la designación de Edmundo comenzaron a preocuparles. Esa situación la creían superada cuando Maduro subió en los sondeos de un 18% de intención de voto a un 25%, en muy poco tiempo. Esa tendencia, esperaban, seguiría subiendo. Las encuestadoras, sin embargo, no demostraron una recuperación suficiente como para alcanzar al opositor. Entonces, Maduro y Rodríguez subieron el tono: empezaron a retratar a Edmundo como un señor mayor (tiene 74 años) impedido para gobernar un país, tomando nota de la atmósfera que se había generado con Biden en Estados Unidos. La situación era límite. El chavismo duro, el que manda, se empeñó en no mostrar ni una fisura y asegurar que la revolución continuaría. La posibilidad de abandonar el poder ni siquiera se planteaba. “Eso no es posible”, dijo un burócrata chavista a este periódico. En ese periodo de inestabilidad, Nicolás Maduro Guerra, hijo del presidente, aseguró en entrevista con EL PAÍS que si Edmundo ganase se irían a la oposición y demostrarían talante democrático. Cabello, el vicepresidente del PSUV, un exmilitar que en su día participó junto a Chávez en el golpe de Estado frustrado de 1992, le reprendió después en público.

Maduro vive días de furia. Ha multiplicado sus comparecencias públicas en las que acusa a todo aquel que cuestione su triunfo de “fascista”. Ha retado al presidente de Argentina, Javier Milei, a una pelea a golpes. La ha emprendido contra Elon Musk, Ceo de Tesla y dueño de X, quien lleva 72 horas burlándose de él y apoyando a la oposición en su propia red social, donde solo tiene 192 millones de seguidores. El presidente también ha atacado de forma muy agresiva a Edmundo, un hombre discreto, de modales muy refinados, que nunca ha sido faltón con sus adversarios. Al chavismo, aunque no lo verbalice, le duele que el supuesto triunfo de Maduro que ha proclamado no sea reconocido. Eso no parece que vaya a hacer cambiar de idea a Maduro, que se ha enrocado en sus posiciones. La presión a la ha que está siendo sometido no ha surtido efecto. Por ahora.