El Carnaval y Nuestra Identidad Francomacorisana 

En el siglo XIV con la sustitución del oro como actividad económica principal por la industria azucarera, el notable crecimiento de las riquezas percibidas contrastaba con lo reducido que era el casco urbano de Santo Domingo, centro político, social y económico de la época, lo que permitía un estricto control de toda actividad cotidiana de sus pocos habitantes por parte de las autoridades europeas establecidas en nuestra isla.

Esto provoca que de manera natural, por la necesidad de dar a conocer sus ansias de libertad y autonomía, la población común, que carecía de actividades de recreación y festejo, buscará la manera de expresar tal descontento social, reclamara igualdad y mostrara su rebeldía por medio del carnaval, en las calles y otros espacios y plazas públicas, etc, iniciando con las llamadas «Mascaradas´´ y las «Mojigangas´´ como principales actividades carnavalescas contra la aristocracia europea que poseía sus tradicionales fiestas del carnaval de las Casas Reales, celebración de las élite del entonces, llamado carnaval de salón, sin participación de los sectores populares.

La expansión demográfica, el aspecto mágico-religioso, la importación de esclavos de diferentes etnias y su movimiento de resistencia, el sentir de pertenencia y resentimiento de los criollos, la posesión de la parte oeste de la isla por parte de los franceses, la ocupación haitiana, el humor político, entre otros aspectos, aportaron una diversidad de costumbres y pensamiento que enriquecían y daban otros colores a la celebración del carnaval.

Cada comuna expresaba de manera distinta sus inquietudes sociales, cada quien fue creando una identidad propia que le distinguía.

De modo en que evolucionan las relaciones sociales, estas fiestas van tomando mayor auge y participación heterogénea sin perder su esencia de cultura rebelde contestataria ni su identidad originaria costumbrista.

Sin embargo en lo que respecta a nuestro glorioso municipio de San Francisco de Macorís, trae preocupación el hecho de que con las características de sus pobladores, desde la América precolombina hasta nuestros días, no tenemos una identidad carnavalesca que mostrar como elemento de nuestra cultura propia.

Desde que escuchamos hablar de Los Lechones de inmediato nos trasladamos a Santiago de los Caballeros, al ver un abultado cuerpo cubierto de hojas de plátano y máscara de higüero sabemos son de Cotui, si lleva un fuete en la mano y la máscara tiene apariencia de un cerdo son de Montecristi, si llevan su cuerpo cubierto de papeles de vistosos colores, ¡caramba! son los papeluses de Salcedo, si ves un sombrero alargado con coloridas plumas y espejos de inmediato decimos “mira los Guloyas de San Pedro de Macorís”. Pero al notar un vistoso y costoso traje con máscara diabólica despampanante son únicas del diablo cojuelo vegano, y así por el estilo, citando estos casos, entre otros tantos para ilustrar a los lectores.

El grupo de carnaval Los Catarrones tuvo la primera máscara sonriente del carnaval dominicano, algo digno de emular para tomar esto como aspecto distintivo de una identidad endémica de nuestra cultura municipal que a mi entender debemos fortalecer con elementos como nuestro cacao para mencionar uno de los más significativos. Podríamos incluso cambiar la imagen diabólica presente en muchos de nuestros pueblos, por la de un carnaval alegre sin perder colorido o vistosidad.

Tenemos el deber de rescatar nuestras fiestas tocando el fondo de sus orígenes y haciéndolas tan nuestras, tan llenas de nuestra serie 56, que donde quiera que aparezca uno de nuestros elementos propios nos arrope el olor a chocolate de cacao nordestano, no llegue la rebeldía y arrojo de nuestras luchas y nuestras voces solidarias.

Da pena ver como se han reducido estas celebraciones a que autoridades municipales asignen dos o tres cheles para que los grupos vayan a La Vega y otros pueblos del interior a comprar trajes utilizados por sus comparsas en años anteriores, o que le den una autorización para dos litros de “romo” en una carpa del área de celebración, nada más denigrante que eso.

Con tanta capacidad creativa, tanto material cultural, tantos recursos que aportamos al fisco, es como para tener algo mejor, algo más nuestro, algo endémico de nuestro San Francisco de Macorís.

Terminar este artículo sin reconocer y resaltar el trabajo de quienes han mantenido por décadas la celebración de nuestro carnaval sería rayar en lo mezquino, estos que hacen de tripa corazón, con pocos recursos económicos pero con su amplia capacidad creativa como materia prima, llevándonos a escenarios de importancia y conquistando premios y destacándose en el ámbito nacional e internacional, como la gran gala nuestra de la mano de Miguel Paulino -Gueguelo- y su equipo de trabajo.