Exposición muestra el horror vivido en un centro de tortura de la dictadura de Trujillo
Santo Domingo.- El horror vivido por cientos de opositores al dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo en la cárcel La 40 protagoniza una exposición que, desde este miércoles, puede verse en el mismo lugar donde estuvo ese centro, expresión máxima de la represión de aquel sangriento régimen.
La muestra recoge, con carteles y fotografías, la historia de ese centro de tortura en Santo Domingo, antiguamente una casa residencial y hoy una iglesia, cuyas verjas albergan esta exposición, la cual tendrá carácter permanente con el fin de que se conozca lo ocurrido en el lugar.
LOS INSTRUMENTOS DE “LA CASA DE TORTURA»
“La casa de tortura”, como se conocía a esas dependencias del servicio de inteligencia militar de Trujillo, tenía más o menos 6×8 metros y a su llegada, a mano derecha, se veían colgados en la pared instrumentos de tortura.
Iban desde “fuetes (látigos) de verga de toro, algunos con alambres de púas enrollados, cables plásticos de una pulgada de diámetro con cable de acero en el centro, picanas (bastón eléctrico), trozos de bambú”, hasta la silla eléctrica, según el testimonio del luchador antitrujillista Freddy Bonnelly recogido en uno de los carteles que forman parte de la exposición.
Por la cárcel de La 40, en el capitalino sector de Cristo Rey, pasaron decenas de integrantes del Movimiento 14 de Junio, cuyos miembros, entre ellos el héroe nacional Manolo Tavárez Justo, protagonizaron una fallida expedición para derrocar en 1959 al tirano, recuerda a Efe Patricia Solano, directora de investigaciones del Museo de la Resistencia, a cargo de la muestra.
También estuvieron 29 jóvenes del movimiento clandestino conocido como Los Panfleteros, quienes la noche del 5 de enero de 1960 distribuyeron en Santiago (norte del país) un volante, una octavilla, con la leyenda «¡Viva la Revolución! ¡Abajo el tirano! ¡Libertad o Muerte!».
En el reverso se leía “Con perdón de la expresión, Trujillo es un mierda”, frase que forma parte de uno de los carteles de esta muestra y que por aquel entonces costó la vida, tras una salvaje tortura, a los jóvenes, que murieron sin delatar a sus compañeros.
Las prácticas llevadas a cabo en esta cárcel se conocen gracias a los testimonios de cientos de personas que pasaron por ella y sobrevivieron, pero también a las desgarradoras fotografías que el mismo régimen hacía tomar de las torturas a los detenidos.
De hecho, dos de los fotógrafos obligados a tomar imágenes mientras los prisioneros eran sometidos a tortura en una silla eléctrica, los hermanos Pedro Aníbal y Gilberto Fuentes Berg, se las ingeniaron para enviar de manera clandestina al extranjero los negativos de las instantáneas para así denunciar los crímenes que cometía el régimen.
Los hermanos no pudieron escapar al sanguinario régimen y fueron asesinados, tras ser detenidos el 20 de enero de 1960. Y es que, de acuerdo con lo que explica Solano, “parte de las torturas era hacer que los presos vieran cuando mataban a otros presos, con lo cual la tortura psicológica era terrible».
MUJERES Y MENORES ENTRE LAS VÍCTIMAS DE LA 40
Los prisioneros de La 40 “recibían una paliza” de bienvenida y permanentemente “estaban desnudos” porque “es parte de la presión psicológica, es decir, hacerles sentir vulnerables”, agregó. Por el centro pasaron, incluso, menores de edad y mujeres relacionados con opositores, torturados sin contemplaciones tras el magnicidio de Trujillo el 30 de mayo de 1961.
La 40 funcionó hasta que, una vez muerto el tirano, llegó al país una comisión de la Organización de Estados Americanos para verificar que existían violaciones a los derechos humanos, con el fin de evaluar el cese de las sanciones mientras el país era dirigido por Joaquín Balaguer y el poder militar y real estaba en manos de Ramfis Trujillo, hijo del dictador.
Fue entonces cuando se cerró y se destruyó esta cárcel clandestina, “con la intención de que no quedara huella alguna de los atropellos cometidos secretamente entre sus paredes”, señalan desde la exposición. Un tiempo después, el sacerdote Eulalio Antonio Arias, quien había sido prisionero y torturado en La 40, propuso que se levantara una iglesia católica, la parroquia San Pablo Apóstol, que desde entonces ocupa el lugar donde estuvo ese centro de detención.