Los hechos políticos de la Cuba de 1959 fueron detonantes de adrenalina
y II
Ante la barbarie de explotación y crimen, no había otra opción que oponerse a toda costa. Lícitamente no era válido esperar a que madurara el agotamiento de las posibilidades materiales que dio vigencia al ordenamiento autocrático. Lo progresivo quedaba vinculado a la conveniencia objetiva del pueblo, consistente en superar una situación tan horrorosa, ganar derechos democráticos y postular un esquema de desarrollo económico vinculado con una normativa de equidad.
Aunque no se refiera en particular a la evaluación de Junio de 1959, se ha esbozado la nociva tesis de la inutilidad de la oposición a Trujillo, al adjudicarle a este no sólo la condición de portador de progreso económico, sino también de un estado de orden y seguridad que la apertura democrática ha erosionado.
Los resultados de las décadas ulteriores a la muerte de Trujillo, por más que estén sujetos a evaluaciones críticas, no desmienten en ningún sentido el ideario que compactó a los antitrujillistas.
Lo históricamente válido, como lo sigue siendo hoy, era una democracia avanzada, no el despotismo. La sociedad dominicana se estaba encaminando por esa senda cuando fue interrumpida por efecto de la gravitación estadounidense; primero en 1963, al derrocar el gobierno de Juan Bosch, y casi dos años después con el desembarco de tropas para impedir el triunfo definitivo del movimiento constitucionalista.
Una vía novedosa
Lo accidentado del proceso se explica en un país con escasas tradiciones revolucionarias modernas. Los cambios históricos nunca están gobernados por ideas impecables, lanzadas en un escenario libre de riesgos de error o falla. Los cálculos de los sujetos están condicionados por las circunstancias, que incluyen restricciones, sesgos subjetivos, valores contradictorios, ausencia de conocimientos y experiencias o la incertidumbre ante lo inédito. Es decir, la acción «perfecta», sustentada por la «ciencia», no existe.
El riesgo al fracaso o a resultados imprevistos se asocia con toda acción transformadora. Quien pretenda lo contrario está condenado a la inacción o a la esterilidad. Por supuesto, está fuera de toda posibilidad avalar una acción que no tome en cuenta los componentes de la situación.
Esto también se desprende de la evaluación de la decisión de lanzar la expedición de 1959. Los resultados de los procesos posteriores deben verse como parte de fuerzas en conflicto. La reconstitución de un pacto de dominación tras la invasión estadounidense no pudo ser contrarrestada con éxito por los sectores democráticos y revolucionarios, los cuales evidenciaron importantes debilidades y cometieron errores de variados tipos.
La creatividad necesaria
Por tanto, no se propugna por la improvisación o la acción ciega desconectada del análisis de los factores de la realidad. Pero una situación nueva requiere de una dosis de creatividad, de incursión en términos desconocidos. Es lo que debieron afrontar instintivamente muchos de los expedicionarios en las condiciones recién creadas por el triunfo de los guerrilleros cubanos.
La Revolución cubana sugirió la validez de ejercer una voluntad transformadora sobrepuesta a cualesquiera adversidades.
En 1959 para muchos debió resultar ineludible comprometerse con un proyecto que abría brechas, sin importar cuáles fuesen, para entablar el combate. Resultaba imposible prever que, a la larga, se darían soluciones mediatizadas, que reconocían espacios democráticos junto a la recomposición de cánones conservadores, formalizados principalmente por Joaquín Balaguer. En las décadas recientes se han añadido problemas nuevos a los seculares, que vuelven a poner de relieve las debilidades de los proyectos alternativos.
Estamos ahora en condiciones de valorar los contenidos de 1959 como base para la reflexión acerca de los decursos de nuestra historia reciente. Se presenta la exigencia de pensar las situaciones insertas en el largo plazo. Junio de 1959 abrió una época que aún no se ha cerrado del todo.
Pero las circunstancias presentes son considerablemente más complejas que las de entonces. No disponemos de fórmulas apriorísticas para juzgar la especificidad del presente. De diversas maneras las tendencias del pasado continúan teniendo márgenes considerables de gravitación. Por ello, el conocimiento histórico abre la posibilidad de ahondar en la comprensión de los desenlaces de los procesos. Además, la historia entraña una experiencia que se traduce en capacidad analítica.
Los retos de hoy
El ejercicio de la crítica vinculada al conocimiento reviste en la actualidad una importancia estratégica para la práctica. El estudio de las luchas libradas debe ayudar a delinear los contornos del presente y las posibles respuestas transformadoras.
Hoy los objetivos alternativos se han tornado mucho más difíciles, en la medida en que ha ido avanzando un paradigma sistémico que ha arrasado con certezas previas. La cosmovisión dominante aparece como insuperable. Los retos son formidables.
Viene a colación que el ejercicio de la voluntad expuesto en junio de 1959 bien puede contribuir a aclarar que ninguna situación es ineluctable, que existen fisuras para afrontar obstáculos, que los riesgos son indisolubles de la acción, que es necesario conocer la historia como ingrediente para comprender el presente, que la acción transformadora debe ser ineludible y que la única fórmula radica en no renunciar a los principios.
Dos fechas
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El desembarco de Constanza, el día 14 de junio de 1959, no fue el único. Todavía el régimen del tirano tendría que confrontar otros dos desafíos seis día después: los de Maimón y Estero Hondo, el día 20.