“Que mi madre se haya dedicado a la prostitución no impidió que hoy yo sea un profesional competente”
Carlos llegó muy bien vestido. Estuvo en el lugar escogido diez minutos antes de la cita. Alfonso llegó con jeans, tenis, una camiseta y 28 minutos tarde. Su hermano se lo echó en cara, y reporteros de LISTÍN DIARIO comenzaron a sacar conclusiones. Ni mejor ni peor, simplemente, son muy distintos. Cada uno ha asumido de forma diferente su realidad.
Antes de que llegara Alfonso, que es el mayor de los dos, ya Carlos había brindado su relato.
“Sí, soy hijo de una señora que dedicó parte de su vida a la prostitución. No tengo que andar hablando de esto ni sintiéndome orgulloso por ello, pero te puedo asegurar que su ‘trabajo’ no impidió que hoy yo sea un profesional competente”.
Palabras de mucho peso, estas. La admiración se quedó corta. Era necesario dejarlo responder las preguntas a sus anchas. Tenía mucho que decir. “¿Que cuándo supe que se dedicaba a eso? Recuerdo que tenía 10 años, estaba en sexto curso, un compañerito se molestó conmigo porque saqué más nota que él en un examen y me dijo: ‘Pero tu mamá es una p… y la mía no’. Ya tú sabes, ¡a pelear se ha dicho!”. Un nudo en su garganta detiene el relato.
Saca su pañuelo, se seca un sudor que de la nada se posa en su frente, aun con el frío del aire acondicionado del lugar. Se repone y prosigue: “Cuando llegué a la casa se lo conté a mi madre. Ella le restó importancia, pero mi hermano, ya con 14 años, no le guardó el secreto”.
Vuelve a hacer una pausa. En esta ocasión se quita el saco, se floja la corbata y respira profundo para no dejar salir ese llanto contenido. Prosigue y dice que Alfonso, sin pelos en la lengua, le dijo: “Ese muchachito no te habló mentira. Esa señora se dedica a la prostitución para mantenernos”.
Fue un trago muy amargo para Carlos. Comenta que duró una semana sin ir a la escuela.
“Ella me sentó y me explicó que cuando mi papá la dejó, no encontraba trabajo y la situación cada día era peor, hasta que una vecina le consiguió empleo en un bar. Lo que le pagaban no le alcazaba y cayó en eso”. Esta parte la dice cabizbajo.
Aunque la noticia le cayó como un balde de agua fría, tal vez por su corta edad, no la juzgó y prefirió valorar el amor, el cuidado y “entrega sin igual que siempre ha tenido con nosotros”.
A partir de ahí, y ya con unos años más, Carlos solo quería ver a su madre feliz. Para lograrlo, se prometió estudiar y trabajar para sacarla de ese mundo.
“Y así lo hice. A los 15 años comencé a trabajar mecánica sin tener idea de lo que era eso, lavaba vehículos y hacía de todo en un taller cerca de la casa. Eso sí, sin dejar de estudiar. Cuando llegó el momento de entrar a la UASD, conseguí trabajo en una empresa privada y hoy día soy el gerente de un área importante de esa compañía. Ahí llevo casi 12 años trabajando. Tengo casi 31 años y una linda familia. Y nada, te puedo decir que mi madre vive como una reina, como lo que es”, culmina su relato, ahora con una evidente satisfacción.
Sin rencor
Cuando llegó al punto de encuentro, Alfonso restó importancia a lo retrasado que estaba. “Yo llegué unos minutos después porque lo mío no es tan amplio como lo de Carlos. Te cuento. A los 12 años yo supe a qué se dedicaba mi mamá. Escuché a una tía hablar de eso y me quedé callaíto. No quería que mi hermano lo supiera. Sufrí callado, pero sería un malvado si digo que pasé hambre, que me faltó amor o un cuaderno para ir a la escuela. Nada de eso. Con nuestra pobreza, y ella dedicándose a esa vida, a mi hermano y a mí no nos faltó nada”.
Él se ve fuerte, pero fue suficiente con decir estas palabras para que sus ojos se aguaran.
No le guarda rencor a su madre y lo demuestra cuando la llama por teléfono para preguntarle si desea decir algo.
“Es a ella que estoy llamando, esa es mi jefa en el negocio. Ya eso está superado y ahora con este reportaje hay más desahogo”.
Hace silencio y pasa el teléfono dejando claro que ella aceptó también decir algo. “No estoy orgullosa de eso, pero sí lo estoy de haber criado a dos hijos sin pedir, sin robar y sin matar”. Su voz suena tranquila y confirma que amor no les faltó a Carlos y Alfonso.
Haberse dedicado a la prostitución no la avergüenza ante la sociedad
No es el trabajo idóneo para ninguna mujer. No es lo que ella quiere para su nieta. Tampoco lo que habría deseado para sí misma. Sin embargo, hoy la mujer que lo único que no quiso dar en la entrevista fue su nombre, cuenta a LISTÍN DIARIO que no tiene cuentas pendientes con la sociedad.
“El hecho de que mis hijos me hayan perdonado y que sean hoy dos hombres de bien es lo que cuenta, así como la satisfacción que tengo de no haber robado ni matado”, dice la madre de dos personas de éxito.
Fue vía telefónica que contó sobre esa parte de su vida que ya está superada. Con voz pausada se refirió a las críticas que reciben algunas personas por dedicarse a realizar trabajos que son menospreciados por la sociedad.
“Cuando salga esta entrevista usted verá gente opinando y diciendo si podía dedicarme a limpiar casa, hacer esto y lo otro. Gente opinando en la vida de los demás sin saber qué hay detrás de cada quién. Lo bueno es ponerse en los zapatos de otro antes de acabar con el prójimo”, sentenció con todo lo dulce que es su voz.
Para justificar su consideración, esta mujer que mostró su temple a través del teléfono está clara en que hay quienes se han dedicado a realizar un trabajo de oficina, hacer trabajos domésticos o dignos como les suelen llamar y, en cambio, no han criado dos hijos como los suyos. “No me gusta comparar ni compararme con nadie. Todos somos diferentes, pero le puedo asegurar que no todo el mundo cría dos hombres de trabajo, serios y honestos como los míos. Carlos siempre fue el mejor en su escuela, Alfonso siempre el más hábil. Ahí están, cada uno en lo suyo, pero echando hacia delante porque les di amor, disciplina, costumbre, aunque me dedicara a lo que fuese”. Lo habla con propiedad.
No quiere seguir conversando y se le respeta su decisión. Se le agradece su testimonio y Alfonso toma el teléfono y procede a seguir su relato, distinto al de su hermano Carlos, pero igual de interesante.
“Lo mío es rápido”
“¿Te puedo decir tú, verdad?”. Usó esa pregunta para quitarle fuerza a ese sentimiento que lo estaba ahogando porque admite que nunca había conversado sobre el tema, y menos de manera pública, aunque no quisieron fotos. Al recibir como respuesta un sí, sonrió y prosiguió: “Fue traumático, traumático eso para mí. Duré mucho tiempo sin pedirle la bendición y cuando ella me preguntaba algo, me quedaba callado, hasta el día que Carlos le contó lo del amiguito y ahí me desahogué. Me partió el alma cuando él le dijo eso”.
Al parecer el recuerdo también lo hace. El llanto se hizo presente y contagió a su hermano, y claro, al equipo.
“Bien, vamos a terminar. No es fácil. Ya soy un viejo, pero hablar de esto siempre duele”.
Esa fue su salida al mar de lágrimas que apuntaba a ahogarlo.
“La perdoné, pero tengo que ser sincero, me traumó, no pude estudiar, apenas terminé el bachillerato, pero no me va mal, tengo mi negocito y mantengo a mi familia de ahí. Bueno, mi mamá trabaja conmigo, es el alma del negocio porque es de comida y ella cocina demasiado bueno”.
“¿Qué más te digo?”. Fue una pregunta que se hizo porque entendía que no había más qué decir. “Ah, un consejo, nunca juzgues a la gente sin saber qué hay detrás de cada quién. Eso nos enseñó nuestra madre y tanto mi hermano como yo hemos seguido ese consejo”.
Se despidió e invitó a Carlos a que hablaran algo. Este accedió, pero no sin antes agradecer a LISTÍN DIARIO por interesarse en su historia para ayudar a otros a que no dejen que nada ni nadie los detenga en su lucha por progresar.